El garabato me traicionó de nuevo

Al día siguiente de mi catastrófico debut como periodista, luego de que mi primera nota inaugural fuera desmentida de arriba a abajo, casi tropiezo de nuevo con la misma piedra.

Si hubiese ocurrido, creo que por vergüenza profesional no iba a poder resistir otro tropiezo seguido, porque a los ojos de mis jefes de Redacción me verían como un reportero poco fiable.

Pero estuve a punto de fallar al segundo día de cometer el fiasco informativo, cuando el subdirector, don Francisco Comarazamy, me pidió que volviera a la calle a buscar noticias.

Pienso que, con este espaldarazo, don Frank estaba tratando de levantarme el ánimo alicaído.

Era la única forma de superar el inesperado nocaut que me produjo la desaprobación pública de mi crónica, por parte del eminente médico Benjamin Viel Vicuña, cuyo discurso sobre los condones y anticonceptivos distorsioné involuntariamente.

Don Benjamín, como les conté el pasado domingo, estaba promoviendo las virtudes de los condones o preservativos y las pastillas anticonceptivas.

Pero en la noticia que hice de sus planteamientos, por mala y confusa lectura de las notas de mi libreta, le atribuí expresiones totalmente contrarias a las que él había postulado.

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Tras el virulento desmentido de este científico, cuyas teorías habían sido puestas involuntariamente en entredicho por un novato y descuidado periodista, me mandaron a entrevistar a los directores de la Maternidad Nuestra Señora de la Altagracia, para conocer sus reacciones.

Y volvió a ocurrir lo mismo: los garabatos que escribí en mi libreta, sin un buen apoyo de la memoria, me sugerían haber entendido que esos médicos apoyaban la legalización del aborto. Y era todo lo contrario.

Al darse cuenta los editores que semejante postura les resultaba dudosa, pararon la nota que había redactado y llamaron a uno de los médicos para verificar si, cierto o no, ellos habían dicho eso.

Escandalizados, los médicos negaron la versión que, por suerte, nunca salió publicada.

Bastaba ese infortunado episodio para que cayera en una especie de desgracia, pues a partir de ahí solo me mandaban a cubrir actividades sociales o de poca envergadura.

Estas experiencias me hicieron tomar con más seriedad la necesidad de aprender y usar un método más seguro y confiable para registrar los datos de mis entrevistas o coberturas.

Dejé de escribir con trazos taquigráficos, porque ni siquiera dominaba esa técnica, y poner más esmero en el registro mental de las declaraciones y no entrecomillar ideas atribuidas a los entrevistados.

También aprendí a revisar, con los entrevistados, al final de los encuentros, los aspectos claves de sus ideas, para que quedaran claras en mi mente y en mis notas.

A todos los nóveles periodistas les ha tocado vivir experiencias indeseables por haberse equivocado en la construcción de sus historias, sin ninguna intención o mala fe.

Eso mismo fue lo que me ocurrió en mis primeras dos salidas a la calle como reportero de plantilla del Listín Diario en 1968.

Después que depuré mis métodos y me discipliné leyendo dos veces lo que escribía y pidiendo a otros que corrigieran con cuidado mis notas, me evité otras frustrantes vivencias como las que marcaron mi debut en esta carrera, hace 55 años.

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