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REFLEXIONES DEL DIRECTOR

Un deslucido bautizo periodístico

Mi debut, como periodista de planta del Listín en 1968, fue catastrófico.

Mi primera nota, con la que pretendía ungir mi bautizo periodístico, fue un verdadero monumento del error y las imprecisiones.

Un inesperado e indeseado fracaso.

Mi primera asignación formal de servicio en la calle era la cobertura de la conferencia magistral de uno de los más prominentes catedráticos latinoamericanos, el chileno Benjamín Viel Vicuña, en el Paraninfo de Ciencias Médicas de la UASD.

Iba con una gruesa libreta en cuyas hojas, apresuradamente, estuve registrando con trazos semejantes a una ilegible receta médica cada una de las ideas expuestas por el doctor Viel Vicuña sobre las propiedades de los métodos anticonceptivos.

Toda su charla giró sobre las ventajas del uso del condón y las pastillas para evitar los embarazos, así como otros métodos en boga, para entonces, que ayudarían a contener el ritmo de crecimiento de la población.

Se le tenía como uno de los grandes promotores y visionarios de los derechos reproductivos y un excelente historiador de la demografía y la planificación familiar en América Latina.

Yo no tenía la menor idea del personaje, pero tampoco estaba familiarizado con los temas que él dominaba.

Después que terminó su charla y recibió aplausos y solicitudes de autógrafos, volví a la Redacción un poco tarde y, con la tiranía de la hora del cierre, redacté una noticia con muchas citas (memorizadas o interpretadas con algunas dudas de los garabatos de mi libreta).

Me marché al hogar convencido de que había escrito, en mi debut, una nota a la altura de las que hacían los periodistas más veteranos y acreditados del Listín.

Pero al día siguiente, al llegar al periódico, me encontré con la temprana andanada de quejas que el doctor Viel Acuña plasmó en una carta enviada al director, don Rafael Herrera, amargamente insatisfecho por la crónica.

Y tenía toda la razón para hacerlo.

Resulta que el contenido de la crónica publicada era todo lo contrario de las ideas y convicciones que completaban los mensajes que vino a dar el ilustre visitante a los dominicanos para que asumieran la planificación familiar.

Escribí que él se oponía a los anticonceptivos y que los consideraba insuficientes e inútiles.

Admití mi culpa, mi falta de destreza para escribir claro o caligráficamente las notas, y cabizbajo y avergonzado le dije al jefe de Redacción, Milcíades Ubiera, que en ese momento tiraba la toalla y abandonaría la carrera.

Me aconsejo que no me rindiera ante ese primer tropiezo, por más decepcionante que fuera. Y me advirtió que, en el futuro, me podría pasar lo mismo. Porque son los clásicos “gajes del oficio”.

Me llevé de su consejo y por eso tengo ya 55 años en este oficio.

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