editorial
La botella de vino… y algo más
Por nueva vez, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha insistido en estigmatizar al país como uno en el que predominan supuestas prácticas discriminatorias contra los haitianos.
No se atreve a señalar casos concretos, con pruebas irrefutables, sino que basa su último informe anual sobre los derechos humanos en denuncias que dice haber recibido de una “sociedad civil” invisible.
Apoyándose en esas falacias, otro organismo de las Naciones Unidas, su Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial, ha ido más allá de sus límites al exigirle al país que detenga las repatriaciones de haitianos ilegales.
Es obvio que hay un movimiento de pinzas para desacreditar y deslegitimar las políticas migratorias que ha tenido que endurecer el gobierno, frente al progresivo hundimiento de Haití en el infierno de la violencia, la inseguridad y la hambruna.
En este típico ejercicio de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo, los organismos de las Naciones Unidas se descalifican a sí mismos, pues si hay un país en el que el racismo y la discriminación hacen olas es en Haití, donde aborrecen y matan blancos.
Si su empeño es defender los derechos humanos en cualquier parte del mundo, que fijen entonces su mirada crítica en la cadena de asesinatos, abusos, desprecios contra sus ciudadanos y otras aberraciones que son cotidianas en Haití, como el “Suplicio del Pere Lebrum”.
Con tales presiones, esos organismos pretenden ablandar la firme posición dominicana de no cargar con las “soluciones” que trata de imponerle la comunidad internacional, mientras ella se muestra renuente a actuar de forma directa.
Tratando de esquivar la conjura, el presidente Abinader echó manos ayer a una fina ironía y le pidió a los “defensores“ de los derechos humanos de la ONU que se instalen en Haití, con una botella de vino, a decidir allí la solución de la crisis.
Faltó sugerirles que, en honor a la causa que abrazan, además de la botella de vino también lleven a Haití los millones de dólares que todavía la ONU no le ha dado a ese país para reparar los daños causados por sus tropas en la mortal epidemia del cólera del 2011.
De igual modo, que lleven los recursos y las indispensables ayudas para curar a Haití de las heridas de muerte que les han infligido las bandas asesinas, los políticos corruptos y la catástrofe humanitaria derivada del hambre y la miseria de ese pueblo.