editorial
Llueve… pero escampa
Al expresidente venezolano Carlos Andrés Perez le fascinaba consolarse con la frase “Llueve… pero escampa”.
Sobre todo, como una especie de antídoto o axioma que parecía explicar la temporalidad de sus grandes adversidades políticas.
Creía que el misterioso ciclo de alzas y bajas que había marcado su trayectoria era el mejor ejemplo de que siempre escampa tras una lluvia, sea esta fuerte o leve.
Fue dos veces presidente de Venezuela. En el primer periodo (1974-1979) navegó bajo la bonanza petrolera y en el segundo, diez años después, (1989-1993) la lluvia le dañó la fiesta.
Sobrevivió a dos intentos de golpe de Estado en 1992 promovidos por militares que, sintonizando con una mayoría popular, estaban hastiados de la crisis social derivada de la inflación.
Sometido a juicio luego de un dictamen de la Corte Suprema de Justicia bajo acusación de peculado y financiamiento ilegal de las campañas electorales de algunos políticos latinoamericanos, el Congreso lo destituyó el 31 de agosto de 1993.
Dos años y cuatro meses después de cumplir un arresto domiciliario, salió a las calles a recuperar el favor político, infructuosamente. El clima le ayudaba: había escampado.
Si su frase favorita retrató perfectamente los péndulos de su carrera, no es menos cierto que, en el fondo, traducía una verdad: la perversa indiferencia o desdén con que los concupiscentes se burlan de las leyes y las normas éticas desde el poder.
Por culpa de esta clásica impunidad y permisividad, muchos gobernantes latinoamericanos permanecieron intocables o a distancia del brazo de la justicia, evitando purgar sus penas por malversación agravada de los dineros públicos.
Pese a que esta traumática experiencia dio lugar a que la Cumbre de las Américas aprobara un código interamericano contra la corrupción, todavía los países firmantes no han sido capaces de ajustar cuentas con los gobernantes que engatusaron a sus pueblos.
Y por eso, en América Latina es muy frecuente que llueva pero escampe… en el contexto de esta utópica lucha contra la corrupción.
Sobre todo, como una especie de antídoto o axioma que parecía explicar la temporalidad de sus grandes adversidades políticas.