editorial

El “hombre del maletín”

Su nombre representa la quintaesencia de la corrupción en el país.

No identifica a nadie en particular. El “hombre del maletín” puede ser más de uno a la vez.

Siempre se ha movido protegido por las sombras de la impunidad y en distintos casos ha resultado ser más poderoso que el mismo Estado.

Porque con lo que lleva dentro del maletín (o los maletines) es capaz de influir en decisiones legislativas o judiciales de gran envergadura, por encima de voluntades superiores.

Sus campos predilectos de acción son aquellos en los que se decide la suerte de un individuo (y a estos se les llama sicarios), o desde donde emanan sentencias, leyes o normativas de alcance nacional.

Con la poderosa esencia del dinero, doblegan voluntades, compran silencios y envilecen la institucionalidad del país.

Hombres sin rostros han estado presentes, a menudo solapados, en los hechos más escandalosos de la corrupción administrativa convirtiendo en tragicomedia el paradigma de la transparencia y la gobernabilidad.

La eficacia de su trabajo viene dada por la naturaleza misma de sus diligencias.

No dejan huellas comprometedoras y, por esa razón, resulta difícil imputarlos frente a fiscales o jueces, salvo que en un extraordinario y poco común gesto de arrepentimiento confiesen sus pecados y descubran a todos los del falansterio que se beneficiaron de sus papeletazos.

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