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Pedro Corto y los escrúpulos de María Gargajo

Entre San Juan de la Maguana y Las Matas de Farfán existe un pequeño poblado, llamado Pedro Corto, famoso por su riqueza agrícola y su producción de quesos.

Antes de llegar a él, se ha erigido, pero ha quedado abandonado, un moderno centro de corrección y humanización penitenciaria que originalmente está concebido para albergar a casi mil privados de libertad.

Incomprensiblemente, el proyecto no ha tocado su fin porque la Procuraduría General de la República, al igual que en el caso de la nueva cárcel Las Parras, tiene abierto un proceso por corrupción contra las autoridades y contratistas que intervinieron en la obra.

Mientras la ejecución del nuevo recinto quedó automáticamente paralizada por efectos del Caso Medusa, dos necesidades siguen insatisfechas.

Primero, la obligatoriedad de preservar un bien que es del Estado, sea cual sea el curso del proceso judicial de Medusa, y segundo, la urgente prioridad de aliviar el grave hacinamiento de reclusos en los precarios recintos de esa subregión sureña.

Si el Estado ha asumido una política de humanización de las cárceles, creando espacios adecuados para la reclusión de los privados de libertad, no se justifica que un factor procesal impida o paralice la terminación del complejo carcelario.

No podemos seguir dándole largas a Pedro Corto, frente a la apremiante necesidad de más y modernas cárceles en el país, por un prurito judicial que tarde o temprano tendrá que terminar con la recuperación, por parte del Estado, del dinero distraído en las amañadas licitaciones para su construcción.

Aquí parece que está primando el ejemplo de los “escrúpulos de María Gargajo”, la mujer que rigurosamente fregaba el cascarón de los huevos de gallina antes de cocinarlos.

Era tan famosa esa obsesión higiénica de la mitológica María Gargajo que el chasco del pudor lo malograba cuando, tras limpiar impecablemente la sartén, escupía dentro para saber si el aceite estaba caliente y listo para freír los huevos.

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