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Haití, una piedra en el zapato de la Cumbre

Con un Haití literalmente bañado en sangre por la violencia, es un deber irrenunciable de la Cumbre Iberoamericana adoptar un compromiso en favor de la restauración del orden y la institucionalidad en ese país.

Por sí solo, el gobierno haitiano no tiene capacidad policial ni militar para dominar a las pandillas armadas, ni legitimidad política para procurar un entendimiento con los partidos que conduzca a la celebración de elecciones libres.

En adición al terrible drama que se vive en ese país, donde en los primeros tres meses de este año han matado más de 500 personas en las escaramuzas de las pandillas, gravitan las sombras de una catástrofe humanitaria.

Más de 4 millones de haitianos padecen hambre y desnutrición y con los sistemas hospitalarios, ya colapsados, no hay garantías de cuidado de la salud para nadie.

La epidemia del cólera, en paralelo, ha cobrado ya cerca de 600 vidas, y los contagios se extienden a más de 30 mil personas, trascendiendo incluso hasta la República Dominicana.

Los países latinoamericanos representados en esta Cumbre no pueden ser indiferentes ante este gravísimo descalabro, del cual pueden derivarse fenómenos que pueden poner en riesgo la misma seguridad hemisférica.

El destino de Haití, quiérase o no, es parte intrínseca del proceso de unidad y desarrollo hemisférico.

Porque con un Haití sumido en un torbellino de violencia, hambruna e insalubridad, América Latina está compelida a ponerse al resguardo de sus consecuencias, cooperando con una fuerza de disuasión y de paz, tal como insistentemente lo ha pedido la Organización de las Naciones Unidas.

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