El otro desertor
Andaba de chamaco verde olivo, blandiendo un fusil M-16 , y así afanoso irrumpió en la sede del Listín Diario con las primeras luces del Año Nuevo 2002.
A esas horas yo comenzaba a entrar en un profundo sueño, tras presenciar el albor del nuevo día desde el Malecón de Santo Domingo, última escala de las rondas festivas para despedir el 2001.
Abruptamente me despertó una llamada telefónica de los guardianes del edificio para comunicarme el inesperado episodio y ponerme al habla con el presunto autor de lo que, en esos momentos, parecía un intento de secuestro.
Impaciente y jadeante, el militar reclamó mi presencia para que le sirviera de mediador en un plan de asilo político ya que, según me dijo, había un golpe de Estado en pie y el era uno de los comprometidos.
En concreto, quería que yo intercediera ante el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez para lograr sus propósitos.
Le dije que aceptaba ayudarlo bajo una condición: que de inmediato entregara su fusil a los miembros de la seguridad del Listín y que lo protegeríamos siempre y cuando no pusiera en peligro la vida de los que estaban allí.
Llamé de inmediato al Cardenal y, tras un breve relato de los acontecimientos y un paréntesis para consultas, dispuso que un sacerdote nos recibiera en su parroquia, para ponerlo a salvo.
Parece que la conversación fue interceptada por los organismos de inteligencia. Y sospechando esto, también llamé al secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general José Miguel Soto Jiménez para imponerlo de lo acontecido y solicitarle una discreta protección mientras manejábamos el operativo de asilo.
Volví a hablar con el soldado desertor para tranquilizarlo y decirle que yo mismo lo conduciría a la presencia del sacerdote y que pronto llegaría al periódico para acompañarlo.
Cuando estaba llegando, ya las tropas especiales habían rodeado el edificio y de nuevo llamé al jefe militar para pedirle que evitara una desenlace trágico.
Unos miembros de la unidad antiterrorista, vestidos de civil, se hicieron acompañar de otro sacerdote y su estratagema funcionó, pues el desertor confió en que mi promesa se estaba cumpliendo, y se entregó pacíficamente. Esto lo vine a saber cuando ya se lo llevaban detenido.
Pedí de inmediato respeto por su vida. Y así ocurrió.
Luego de someterlo a exámenes psicológicos, una junta investigadora determinó que padecía trastornos mentales, y que en un estado de esquizofrenia, Pedro Benítez Hernández, el fallido “secuestrador”, atacó con una pala a un centinela del campamento-polvorín de las Fuerzas Armadas en Villa Mella, al que le sustrajo el fusil y lo supuso dado por muerto.
Al cabo de los años, el hombre volvió al Listín, aparentemente recuperado, a pedir perdón por su conducta y dar las gracias por la solución incruenta de su aventura.