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Una bestialidad repudiable

Por decenas de años, el burro fue el animal más útil a los agricultores dominicanos, como medio de movilidad en campos y lomas y como transporte de cosechas a los mercados.

Fue también un excelente auxiliar en las labores de ingenieros viales y topógrafos para abrir trochas de bosques por donde se construirían caminos o carreteras.

Con el tiempo, la población de asnos, considerada como una noble especie, se ha ido extinguiendo, en la medida en que la agricultura y los sistemas de transportación se modernizan.

Preservar esta especie es un esfuerzo loable, porque todavía sigue siendo necesaria para remontar alturas donde existen cultivos para trasladarlos a tierra llana.

Por tanto, resulta un hecho bestial, atroz, el que cometió un hombre en una finca en la loma El Caimito, en Santiago Rodriguez, al envenenar a doce burros que, por cierto, se usaban en un ensayo de cruce genético para reproducir la especie.

Aunque se trata del exterminio de animales, en este caso de una especie doméstica e inteligente, la matanza ha causado repugnancia.

Porque esta es una sociedad que quiere y cuida a los animales y le duelen los abusos que les causan dolor, abandono, enfermedades o muerte, y que se indigna fuertemente cuando se registran crueldades de este tipo.

Para protegerlos y regular su posesión, existe la Ley 248-12, en cuyo artículo 61 penaliza el biocidio o muerte de un animal sin necesidad, que es lo que ha sucedido en este caso.

Al autor de este crimen le caben de seis meses a un año de prisión y de 25 a 50 salarios mínimos de multa.

Pero la mayor condena es el repudio nacional a esta bestia que resultó más indolente que cualquier animal feroz, porque actuó con maldad y alevosía, envenenando una docena de burros, a los que pretendió incinerar y ocultar sus restos.

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