Solo quedan los símbolos
De su acta de nacimiento como República Dominicana en 1844, a la patria solo le quedan vivos sus tres emblemas distintivos.
La bandera, su escudo y su himno y, ahora en vías de desdibujarse, el ideal de sus próceres fundadores, como si fueran reliquias.
Esos símbolos representan, en síntesis, la corona de una intensa y arriesgada lucha para expulsar de esta parte del territorio de la isla al poder usurpador haitiano.
Se logró a costa de la valentía, arrojo y fe en la protección divina de Dios, a la cual se encomendó el nacimiento de esa criatura que se denominó República Dominicana en el juramento de sus padres fundadores.
Un trabucazo histórico en la Puerta de la Misericordia, el 27 de febrero de 1844, anunció al mundo la nueva nación libre e independiente.
En los 179 años transcurridos desde entonces, sucesivos episodios salvaron su integridad política y cultural y su soberanía, cuando fue amenazada por la anexión o por las intervenciones militares.
Pero hoy se encuentra ante otra disyuntiva.
Las células que sustentan el nacionalismo y la soberanía, como la savia que alimenta a las plantas, parecen desgastarse bajo el peso de influencias externas que las contaminan.
Desde el momento en que los símbolos patrios dejan de ser amados y ostentados con auténtico orgullo nacionalista y el significado de la soberanía pierde relevancia entre las nuevas generaciones, esta Patria seguirá siendo un proyecto inconcluso.
Si desvalorizamos estos símbolos, ignorando toda la fuerza de compromisos que conllevan; si dejamos que el territorio vuelva a ser copado, como lo estuvo por dos décadas antes de la independencia, por los mismos que nos subyugaron por la fuerza; si no revitalizamos los ideales de nuestros patricios, perderemos la identidad.
Y eso jamás debe suceder. La República Dominicana tiene que sobrevivir, como proclamaron los patriotas, libre e independiente…o se hunde la isla.