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EDITORIAL

Una sociedad a la deriva

Vivimos en una sociedad enferma de los pies a la cabeza.

Se ha debilitado el sentido de la convivencia, lo que es un reflejo del descalabro de muchos principios y valores.

El irrespeto o irreverencia a la ley y al prójimo tienen buena parte de la culpa.

La escala para medir la preeminencia de esos valores se quebró hace tiempo.

El líder del barrio no es el cura, ni el respetado maestro, ni el consagrado gestor social de las organizaciones comunitarias de antes o los exponentes de las buenas costumbres.

Ahora es el dueño del punto de drogas. Y, tras él, los que exhiben modelos de bienestar basados en dinero del tráfico, de los atracos callejeros, o los que han “triunfado” en la vida promoviendo letras y ejemplos de desacatos a las reglas morales de antaño.

Vale más, a los ojos de una generación atrapada entre carencias e incertidumbres, pobreza y desempleo, el personaje que ostenta como un trofeo el dinero mal habido en francachelas de discotecas o movilizándose en un vehículo de “alta gama” en las calles de los sectores misteriosos.

Hasta la cultura misma ha perdido sus esencias, trastocando todos los conceptos del buen arte y la creatividad musical, folclórica y escénica, embardunados ahora por otras extrañas representaciones.

El libertinaje sexual, los embarazos de niñas víctimas de abusos, la prostitución temprana, las bajas calificaciones escolares, la deserción estudiantil, la participación de adolescentes en crímenes, forman parte también de los síntomas de esta patología social.

La pandemia puso al descubierto el volcán de la violencia intrafamiliar, la ruptura de la convivencia social y la espiral de los trastornos mentales.

Ahí están las estadísticas luctuosas o de los millares de casos de ansiedad, depresión y suicidio que estresan a nuestros médicos y especialistas que no nos dejan mentir.

La ira y la rabia a flor de piel se anteponen a la cordura o el entendimiento para la prevención o solución de conflictos, marcando así las relaciones entre civiles y autoridades del orden, originando cotidianos enfrentamientos.

En este proceso de caída libre de los valores también tienen gran culpa los gobiernos, por haber descuidado su responsabilidad institucional y permitir que estas anormalidades alcanzaran estas dimensiones.

Ahora la sociedad, profundamente enferma, no parece tener un médico de cabecera que el saque de la sala de cuidados intensivos en la que está postrada hoy.

A drifting society

We live in a sick society from head to toe.

The sense of coexistence has been weakened, which is a reflection of the collapse of many principles and values.

The disrespect or irreverence to the law and to the neighbor have a good part of the fault.

The scale for measuring the preeminence of those values has been broken for a long time.

The neighborhood leader is not the priest, nor the respected teacher, nor the consecrated social manager of the community organizations of before or the exponents of good customs.

Now he is the owner of the drug point. And, after him, those who exhibit models of well-being based on money from traffic, from street robberies, or those who have "succeeded" in life by promoting letters and examples of contempt for the moral rules of past years.

It is worth more, in the eyes of a generation trapped between deficiencies and uncertainties, poverty and unemployment, the character who holds ill-gotten money in nightclub spree as a trophy or mobilizing in a “high-end” vehicle on the streets of the neighborhoods. miserable

Even culture itself has lost its essence, disrupting all concepts of good art and musical, folkloric, and stage creativity, now smeared with other strange representations.

Sexual debauchery, pregnancies of abused girls, early prostitution, low school grades, student desertion, the participation of adolescents in crimes, are also part of the symptoms of this social pathology.

The pandemic exposed the volcano of intrafamily violence, the breakdown of social coexistence and the spiral of mental disorders.

There are the tragic statistics or the thousands of cases of anxiety, depression and suicide that stress our doctors and specialists who do not let us lie.

Anger and rage on the surface take precedence over sanity or understanding for the prevention or solution of conflicts, thus marking the relations between civilians and law enforcement authorities, causing daily confrontations.

In this process of free fall of values, governments are also to blame, for having neglected their institutional responsibility and allowing these abnormalities to reach these dimensions.

Now deeply ill society doesn't seem to have a GP to get her out of the intensive care ward she's lying in today.

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