Hay que cambiar de estrategia
La República Dominicana ha jugado un rol activo y sistemático en la búsqueda de una solución al estado de violencia e ingobernabilidad en Haití.
Parece que ha clamado en el desierto porque sus propuestas básicas para restaurar el orden, que van desde un acuerdo electoral de los sectores políticos hasta el posible uso de una fuerza militar internacional, si falla la concertación, no tienen respuesta.
Sin embargo, la gravitación de las bandas armadas en el control de distintos territorios y el vacío de poder existente, han dilatado, hasta ahora, la puesta en práctica de esa estrategia.
Para diluir ese círculo vicioso que bloquea todo esfuerzo por la restauración democrática, la República Dominicana podría dar el primer paso concreto para romper la inacción de la comunidad internacional.
Que sería el de ofrecerse como punto de encuentro neutral para una negociación de los sectores de poder en Haití, hasta que se logre un consenso para establecer un calendario de elecciones que conduzca a la instalación de un nuevo parlamento y un nuevo presidente.
Aunque ya existe, en principio, un acuerdo de intenciones de las partes, este no ha podido viabilizarse porque el acoso y el terror de las bandas matonas lo están boicoteando.
Si aquí se lograse el compromiso político de los grupos civiles haitianos en esa dirección, al que sin dudas se opondrán las bandas armadas que luchan por hacerse con el poder, entonces se legitimaría el apremiante proceso electoral que tanto necesita Haití para restablecer el orden democrático.
Una vez legitimado ese acuerdo por consenso, no quedaría más remedio que dar un segundo paso, que es el de solicitar formalmente la intervención militar, a la que se rehúsan los Estados Unidos y otros países, para garantizar su puesta en ejecución.
La República Dominicana se ha erigido en un portavoz de esa necesidad, pero la realidad es que la comunidad internacional no ha propiciado el diálogo ni tampoco luce interesada en enviar tropas allí.
El más perjudicado con ese estancamiento es nuestro país, porque no debe intervenir militarmente ni tampoco absorber los enormes flujos de refugiados que huyen del caos.
Si con esta nueva estrategia no se logra desbrozar el camino hacia la restauración democrática y del orden interno, entonces no quedará más remedio que asumir una política de defensa nacional que comienza por el blindaje militar de la frontera y su cierre total.
Hasta que la comunidad internacional sienta, de verdad, que el lobo ya está frente a sus narices.