Los testigos silentes que no pueden morir
Ellos constituyen los testigos silentes, pero vivos y tangibles de nuestra más remota historia.
Conservarlos en su estado original no solo los revaloriza como testimonios de una valiosa era de la arquitectura, sino como lo que ya son, tesoros de la humanidad.
Un ambicioso y necesario proyecto del gobierno dispone de 400 millones de pesos para sanar, reparar, acondicionar y preservar el esplendor natural de una buena parte de esas reliquias.
Nos referimos a una serie de monumentos, como templos y santuarios, museos, el Panteón de la Patria, el Alcázar de Colón y algunas calles adyacentes, que se encuentran hoy en franco proceso de degradación física.
Estas edificaciones forman parte de una treintena de primacías del Nuevo Mundo que ya han sido declaradas, en su conjunto, como patrimonio cultural mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Por tal razón, y para que sigan ostentando este privilegiado carácter, es más que un deber, una obligación irrenunciable, invertir los recursos que se ameriten para corregir las serias deficiencias que hoy acusan.
Se han abierto las licitaciones para proceder a la selección de las empresas especializadas en rescate de monumentos coloniales, bajo la mirada supervisora de varias universidades y del Ministerio de Turismo.
Preservar este pasado, con todas sus relevantes cargas históricas, es la mejor defensa del futuro del país, y un insuperable activo para el turismo de la Ciudad Colonial.
Este rescate se justifica porque sí, porque un país que destruye sus vestigios originales, es un país que pierde sus referentes y hasta su capacidad para construir los cimientos tangibles y perdurables de su porvenir.