¡Guerra frontal!

La Policía Nacional está librando una guerra frontal contra la delincuencia, el fenómeno que ha arropado de miedo e inseguridad a toda la ciudadanía.

En los últimos días, refriegas callejeras han dejado un saldo de varias víctimas identificadas como delincuentes no solo por sus prontuarios judiciales o policiales, sino por sus famas barriales.

En luchas como esta, en la que está en juego la tranquilidad ciudadana, posiblemente puedan caer inocentes o chivos expiatorios, pero ese será, inevitablemente, el precio que pagará la sociedad en esta encrucijada.

Combatir la delincuencia, con mano dura, es la tónica que definitivamente se está imponiendo ahora en varios países donde grupos armados, conectados a cualquiera de los objetivos del crimen organizado, han puesto en jaque la seguridad ciudadana.

En algunos de esos países rigen hoy estados de emergencia, un recurso extremo bajo el cual se suprimen garantías individuales y se despliegan tropas, en número extraordinario, para fumigar las ratoneras de los bandidos.

Solo con un ejercicio de energía y precisión en el uso de las bases de la inteligencia es posible mandar señales claras a los delincuentes de que su espacio ya no puede seguir siendo ancho e impune.

Si hemos llegado a este nivel de respuesta punitiva y fuerte es porque han fallado los mecanismos de la justicia para aplicar las penas correspondientes a los que delinquen y porque, lastimosamente, muchos policías y militares también han engrosado las filas de los delincuentes.

Ojalá que un día puedan someter a todos los miembros de esas instituciones a un chequeo corporal y a las pruebas de polígrafo y dopaje, para ver cuántos tienen sus cuerpos llenos de tatuajes o su sangre y orina son sedimentos de sustancias prohibidas.

Lo verídico es que la delincuencia, como una pandemia, ha malogrado la paz y la seguridad de los ciudadanos y bajo ningún concepto la autoridad puede cruzarse de brazos, dejando que ese mal termine carcomiendo el orden y la tranquilidad de nuestro país.