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Año traumático para la educación

Este año ha sido muy traumático para la educación dominicana, cuyo sistema está todavía muy lejos de equipararse a los que mínimamente garantizan una buena formación de los alumnos.

Estamos sintiendo ahora las secuelas dejadas por una pandemia que echó por el suelo el modelo tradicional y dio paso a otro virtual y, más adelante híbrido, cuyos beneficios están en entredicho.

El fenómeno, sin embargo, no es solo propio.

También se refleja en otros países que ni antes de la pandemia, ni mucho menos después, invirtieron lo suficiente para mejorar sus sistemas educativos.

Un dramático y desalentador informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) describe los impactos del “apagón educativo” tras la pandemia, que malogró casi todos los indicadores del aprendizaje.

Esa “crisis silenciosa de la educación” muestra sus reflejos en las dificultades, todavía no subsanadas, de acceso a las escuelas públicas, sin aulas apropiadas y suficientes, sin butacas, sin buenos maestros y con escasez de libros.

Las herramientas heredadas del modelo de la virtualidad, como las tabletas, han resultado poco menos que inútiles para revertir los pésimos indicadores del aprendizaje.

Pese a las multimillonarias sumas presupuestadas para el sector educativo pre-universitario, la anhelada calidad estudiantil ha resultado un fiasco.

Con esos lastres latentes, el gobierno y la sociedad tienen que abocarse a un serio y formal compromiso de repensar la educación que necesitamos para modelar el camino de las presentes y futuras generaciones.

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