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El dedo en la llaga

Aunque siempre ha sido un secreto a voces, nunca antes se había denunciado, desde la misma cúpula de la Policía Nacional, la existencia de un sistema de corrupción interna a todos los niveles.

El comisionado ejecutivo para la reforma de esa institución, José Vila del Castillo, dijo ayer en un foro con expertos internacionales que en la Policía existía “una corrupción interna, institucional y sistémica”, desde la cabeza hasta los pies.

La imputación es bastante grave y por sí misma amerita de un esclarecimiento para que la sociedad y la justicia, si procediese, puedan contar con elementos de prueba que evidencien la realidad de ese entramado.

Algunas de las irregularidades que ha señalado el comisionado Vila, como las que se refieren a procesos amañados para otorgar ascensos, nombramientos de puestos de mando y compras, han estado siempre en las murmuraciones sobre las fallas de la Policía.

Precisamente una de las razones de la reforma policial impulsada por el gobierno es el adecentamiento y reenfoque de la misión de ese cuerpo en la sociedad, para que pueda recobrar confianza pública y eficiencia.

Así como la gente deposita sus recursos en el banco en que confía, la Policía debe ganarse la confianza de la colectividad, algo que por muchos años le ha resultado imposible.

¿Por qué? Pues porque son abundantes las denuncias de contubernios de policías con delincuentes, con dueños de puntos de drogas, con propietarios de bares y restaurantes, para hacerse de la vista gorda frente a sus ilícitos.

La misión de una Policía es crucial en el cumplimiento de las leyes y en el mantenimiento del orden público.

Muchos de sus mejores oficiales y agentes han hecho honor a ese deber y han librado luchas tenaces contra la criminalidad, aunque en el lado oscuro operan otros que son sus verdaderas lacras.

Frente a todo lo que se ha dicho, rumorado o presentado con evidencias reales, lo que procede es que ante prácticas tan graves como las que se han denunciado desde la propia cúpula policial, funcione el debido régimen de consecuencias que las leyes consagran.

De ese modo se podría separar el trigo de la cizaña, para que la lacra de la corrupción no intoxique ni ahogue una reforma institucional que procura cambiarle el rostro y la fama a la Policía, para convertirla en un auténtico pilar de la seguridad ciudadana.

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