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Unas manos siniestras se mueven

Golpes certeros, en atracos, asesinatos o incursión en residencias privadas, están poniendo en jaque la seguridad ciudadana.

Tienen a la Policía de un lado para otro, sobrecargándola de casos que, de primera intención, logran el objetivo de mostrarla incapaz de asegurar un clima de paz y sosiego.

Coincide esta cadena intermitente de desafíos a la autoridad con el acelerado proceso de reforma interna de esa institución, que implica una depuración amplia y profunda de sus miembros.

Las desvinculaciones de oficiales y agentes comprometidos en corrupción o trabajos sucios podrían estar dejando, como lógicas secuelas, respuestas de índole diversa de aquellos que se resienten de la expulsión.

Torpedear la reforma, desde dentro o desde fuera, cabe dentro de lo posible, porque ya en el pasado se ha visto que cuando hay que derribar una jefatura solo hay que activar manos siniestras que ayudan a crear un estado de inseguridad y terror.

Romper los nudos entre la oficialidad o agentes corruptos con traficantes de drogas, contrabandistas, dueños de discotecas o prostíbulos, que pagan muy bien ese amparo oficial, trae sus consecuencias.

Ese es uno de los riesgos más delicados de la reforma, que no solo se limita a la depuración de los que ya no califican para estar dentro, sino que abarca la adopción de métodos y tecnologías modernas para combatir los delitos.

De antemano se sabía que el proceso traería estas conmociones. Pero ya ha llegado el tiempo de la catarsis y no es posible retroceder y dejar la estructura con sus propios y viejos lastres.

Lo que procede es seguir fortaleciendo la capacidad policial para prevenir y castigar a los delincuentes sin miramientos.

Porque no es verdad que un puñado de matones, rateros, atracadores y malandrines puede arrodillar a una sociedad que busca el trabajo, la paz y la seguridad, a costa de atemorizarla, enjaularla en las casas o vivir en miedo constante.

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