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Grave ultraje a los difuntos

Graves actos de profanación de tumbas se están produciendo sistemáticamente en el cementerio Cristo Redentor, el principal camposanto público de la capital.

La situación ha llegado a un nivel tan repugnante que en el ambiente predomina un persistente hedor a cadáveres y, lo más penoso, muchos esqueletos al aire libre.

Estos ultrajantes actos contra la memoria de nuestros difuntos son inaceptables y deben ser inmediatamente enfrentados con el despliegue de un servicio policial o militar de seguridad. Porque, por lo visto, la autoridad encargada del cuidado y protección de ese cementerio no tiene toda la capacidad operativa ni de control para ponerle fin a esa cadena de irrespetos.

Duele que, por ese estado de cosas, los parientes de los difuntos allí enterrados tengan que sufrir la afrenta de las profanaciones, al descubrir los nichos y ataúdes violados.

El cementerio es un lugar sagrado. La última morada de nuestros seres queridos. Y nadie, absolutamente nadie, puede tener libertad ni impunidad de infligir estas ofensas. Es imperativo intervenir ese y otros camposantos, donde los profanadores han sustraído ataúdes, dañado tumbas y panteones y, encima de eso, cometer atracos y violaciones a las personas que visitan a sus difuntos.

El Cristo Redentor, ni cualquier otro camposanto, deben ser degradados a la categoría de chiqueros, por culpa de desaprensivos que actúan a sus anchas, sin sufrir las consecuencias.

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