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Haití, sin un catalizador para su crisis

En Haití, con una sociedad atomizada, dividida entre bandas armadas, políticos en guerra y unas autoridades que no tienen poder ni legitimidad, el camino hacia un entendimiento colectivo luce bastante inviable.

Las heridas de esta división son tan profundas que difícilmente cicatricen con un consenso endeble al que pudieran llegar, si acaso lo desean, las fuerzas en conflicto.

Ni la misma iglesia católica, antaño el más confiable puente para la solución de las controversias, parece contar con la fuerza disuasiva para articular un acuerdo de pacificación.

Por el contrario, ha entrado en miedo y cautela frente a las amenazas contra sus sacerdotes, feligreses y templos, como lo deja entrever el comunicado conjunto de los obispos de sus diez diócesis.

De entrada, reconocen que las actuales autoridades “no pueden conducir el país como debe ser”, lo cual evidencia que ese vacío de poder es uno de los cuellos de botella de la crisis.

¿Cómo se subsana? A nuestro entender, con una acción concertada de la comunidad internacional que pueda actuar como interlocutor o árbitro excepcional de un futuro y probable entendimiento.

Si ese rol de mediación y de solución tropieza con la intransigencia de los grupos en conflicto, no quedará otra salida que la opción de la fuerza para imponer un orden por encima de las posiciones radicales de los distintos sectores que luchan a muerte por hacerse del poder.

Mientras no exista un elemento catalizador, como el que representaría el arbitraje de la comunidad internacional, la crisis se prolongará y se hará más sangrienta e insoluble.

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