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Los traumas de la pandemia

La calamidad pandémica no solo ha de medirse por el saldo de muertes y contagiados, sino por el duro im­pacto que ha tenido el Covid en la unidad y armonía en el núcleo más importante de la sociedad: la familia.

El reflejo más patético de ese período de con­finamientos, apreturas económicas, desempleo y trastorno de los estilos de vida, es la estadísti­ca de que el 60 por ciento de los homicidios ha sido producto de la violencia intrafamiliar.

Los desacuerdos entre esposos, entre padres e hijos, entre ciudadanos y la autoridad, y has­ta entre los propios amigos, se incubaron en los confinamientos con la carga de duelos, incerti­dumbres y desesperanzas que detonaron trage­dias, rupturas de parejas, pleitos y alto consu­mo de bebidas alcohólicas.

El resultado de esta descomposición es la aparición de una nueva variante, no propia­mente microbiológica, sino psicológica, que ha trastornado el equilibrio emocional de muchos ciudadanos, convirtiéndolos en personas vio­lentas, agresivas, estresadas, insomnes o mal­humoradas: la pandemia mental.

Más suicidios, más peleas intrafamiliares, más fechorías de jóvenes en las calles, más dro­gadicción y alcoholismo, han aventado esta pe­ligrosa burbuja que está conspirando contra el bienestar emocional de la sociedad, según lo di­cen los propios especialistas en salud mental.

Es tiempo de articular una verdadera políti­ca de atención a este fenómeno, tipificado ya co­mo una “cultura de la violencia”, que puede tener efectos más duraderos que la misma pandemia.

En esto pueden ayudar las sociedades de psi­quiatras y psicólogos, las iglesias, el Ministerio de Salud Pública y los organismos que luchan contra las adicciones, con oportunos diagnósti­cos y recomendaciones.

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