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¡Destruyan esas bandas!

El derecho más sagrado es el de la vida. Y es­te no lo respetan los delincuentes que ma­tan sin piedad y sin justificación a las per­sonas.

Por tanto, no son merecedores de ningún tipo de in­dulgencia o perdón si no tuvieron piedad para arran­carle la vida a un personaser humano, incapacitar o traumatizarle la existencia por causa de un episodio de violencia criminal, abusivo e injustificable.

Entonces, es un deber del Estado, al que la Cons­titución le da el monopolio de la fuerza y le im­pone la obligación de garantizar el orden público, la paz y la coexistencia pacífica de los ciudadanos, emplear todo su poder para poner a raya a los de­lincuentes que andan asaltando y matando en las calles.

La decisión del presidente Abinader de lanzar tropas militares a las calles para auxiliar a las policiales en la vigilancia y prevención de los actos delincuenciales, en­caja en este mandato constitucional y es la respuesta más oportuna al desafío que los vándalos le han plan­teado a la autoridad en las últimas semanas, cometien­do desmanes a sus anchas.

El Presidente tiene el apoyo de la sociedad para so­focar esta afrenta y restaurar la seguridad y la tranqui­lidad en nuestras calles y vecindarios y mientras más enérgico y contundente sea el golpe que se les aseste a estos indeseables bandoleros, mucho mejor.

No es verdad que un grupejo de pandilleros y sicarios puede tener tanto poder para sembrar terror y miedo a la ciudadanía, obligándola a vivir en desasosiego o a convertir sus casas en cárceles, si tenemos unas fuerzas armadas y servicios de inteligencia capaces de detectar­los y apresarlos antes, durante o después de unas de sus fechorías.

No se les puede tratar ni benigna ni benevolentemente porque ellos no entienden el lenguaje del respeto a los de­rechos humanos ni lo piensan dos veces para matar sin ra­zón a un ciudadano indefenso o para dispararle a la auto­ridad cuando esta cumple con su deber.

Que no le tiemble la mano al Presidente para com­batir a los bandoleros si estos no deponen sus actos y tratan de seguir desafiando a la autoridad, porque la sociedad no puede seguir viviendo en indefensión ni desprotección.

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