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Petulante y atrevido

El que ingresa subrepticiamente a un país sin documentos de identidad ni pasaporte visado está violando francamente la ley, al valerse de formas no regulares para violentar normas migratorias, universalmente reconocidas, de obligatorio cumplimiento.

Este principio es cardinal para robustecer la soberanía nacional, vale decir, la legítima potestad que tiene un país de fijar sus reglas migratorias, sus medidas de defensa de la seguridad interna, su orden jurídico, económico y social, y nadie puede pasarle por encima a este poder soberano, porque sería una intromisión violatoria de la Carta de las Naciones Unidas.

La intrusión ilegal y por demás subrepticia o fruto de un sistema de trata de personas está penalizada en todo el mundo, tanto así que se le considera un crimen de lesa humanidad. Todo cuanto aquí se ha dicho es una verdad réquete conocida.

Pero la recordamos para puntualizar que estas transgresiones a la ley migratoria dominicana caracterizan la situación de la mayoría de los haitianos que entran al país, donde consiguen vivir, trabajar, recibir atenciones gratuitas de salud y educación y, en el caso de los violentos e irracionales, perpetrar robos, atacar a ciudadanos con machetes, caerles a pedradas o tiros a agentes policiales o migratorios, hasta defecar y orinar en las calles, a la vista de todos.

La mayoría no tiene esas oportunidades ni esas libertades en Haití. Por el contrario, son víctimas de un sistema que no reconoce derechos humanos, que no les brinda alimentación, empleos, seguridad ciudadana ni atenciones de salud, todo un cúmulo de descarados desprecios a la dignidad humana por parte de sus “autoridades” e instituciones.

Si ese desprecio es la regla con la que el liderazgo haitiano trata a sus compatriotas, ¿qué autoridad moral pueden tener para reclamarle a la República Dominicana que los garantice en absoluto, sin chistar ni negarse, a las personas que han invadido nuestro territorio, por encima de la ley, sin observar ningún respeto a nuestros límites soberanos?

El discurso anti-dominicano que a menudo vomita el exprimer ministro haitiano Claude Joseph parece ser el traje a la medida con que pretende salir a buscar votos para la presidencia cuando algún día existan condiciones para realizar unas elecciones limpias y legítimas en su país.

Luce ser que quiere aventar una burbuja de sentimientos anti-dominicanos como su principal arma de combate electoralista basándose en acusaciones de supuesta discriminación racial y atropellos a derechos humanos.

Que se vaya con su música a otra parte, porque aquí no le aceptamos esa necedad, ese atrevimiento y esa falta de respeto hacia un país soberano que se ha convertido en albergue y centro de sobrevivencia de millares de haitianos despreciados en su propia nación.

Que eche su pleito adentro de su propio país, en cualquiera de las cuadrículas territoriales que hoy están en manos de pandillas salvajes, irracionales y criminales, a ver si logra inflamar más odio y rebelión entre aquellos que impuesto el terror y la violencia en un Estado inviable y fallido como es Haití hoy.

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