La Policía en su punto de quiebre

El uso desmesurado de la fuerza, la falta de sanciones o consecuencias, y los contubernios entre agentes y narcotraficantes o delincuentes apandillados, son factores que han debilitado la autoridad legal y moral de la Policía a lo largo de los años.

De una etapa de 60 años en la que la Policía actuó como una fuerza constabularia para controlar, coercitivamente, las vidas de los ciudadanos, la institución ha pasado a ser, en los años que lleva este siglo 21, un cuerpo que trata de renovarse y modernizarse sin haber podido zafarse de aquellos viejos lastres.

Ahora ha llegado a un punto de quiebre de ese modelo híbrido, quedándole dos caminos: o romper con el pasado, o entrar en un nuevo rumbo en el que la profesionalización de sus altos mandos y subalternos sea más importante que la sumisión a los poderes políticos o al maridaje con el narcotráfico, las dos fuentes que la han corrompido en las últimas décadas.

Si su misión es la seguridad ciudadana, ¿qué explica que haya sido incapaz de garantizarla?

Ha sido dotada de equipos de movilidad, de comunicaciones, de video vigilancia, de herramientas tecnológicas para mejorar sus sistemas de inteligencia, y recurrentemente ha recibido asesorías, ayudas y entrenamientos de policías modernos, pero su esquema de mando y control muestra debilidades y mucha supeditación al poder político.

Cuando estos elementos sean abordados en la reforma policial se verá que el proceso transformador sólo avanzará si la Policía se libera de las escorias de agentes corruptos o mal preparados, si prioriza al agente y al oficial capacitado y les brinda a estos mejores salarios y beneficios de la seguridad social.

Con policías mal pagados, mal preparados y muy comprometidos con el crimen organizado, nadie puede esperar un modelo funcional de seguridad ciudadana, porque ya el país vive entre el miedo al asalto, el atropello o el asesinato, y la total desconfianza hacia la “fuerza del orden” , sin que se vislumbre un drástico cambio de esta encrucijada.