No esperar bonanzas

Tras la advertencia del presidente Abinader de que este será “un año difícil”, la ciudadanía, y el gobierno también, deben asumir que es imperativo ir a un modelo de vida y de gestión basado en el ahorro.

El ahorro de la energía, de los gastos superfluos y de los consumos no prioritarios y aprender a vivir con la inflación, con las previsibles escaseces y encarecimiento de bienes y servicios, porque la causa fundamental de la crisis, que es la guerra entre Rusia y Ucrania, no terminará por ahora.

No es factible esperar tiempos de bonanzas, pues ninguna política de estabilización económica y social prospera en un escenario cambiante, incierto, como el que genera una guerra que puede derivar en conflagración, aunque sí existen caminos para asegurar dos signos vitales en una economía: la producción alimentaria y los empleos.

La mayor parte de los recursos del Estado debe llegar hasta las fuentes que sustentan estos dos pilares, colocando más financiamientos entre los pequeños, medianos y grandes productores agropecuarios, organizando una buena logística de almacenamiento y de industrialización de aquellos rubros que generan subproductos.

Desde luego, esa ofensiva de apoyo a la producción local debe ser acompañada de eficaces controles contra la especulación y con planes más expansivos para auxiliar a la población menos pudiente, con planes de suministro de comida y dinero para soportar los tiempos de mayores sacrificios.

Los edificios y parque vehicular del Estado deben dar el ejemplo del ahorro en el consumo de energía eléctrica y combustibles, ya que no hay garantías de que los precios de los hidrocarburos puedan descender en el mediano plazo.

El presidente Abinader ha tenido, desde el inicio de la guerra, una activa agenda con los sectores decisivos de la economía para consensuar políticas de mitigación de la inflación, y ha destinado altas sumas del erario para estimular la producción y proteger a las pequeñas y medianas empresas con la finalidad de asegurar los empleos.

Pero en economía de guerra, todos los estándares normales que permitían a un país avanzar en crecimiento y en bienestar, cambian drásticamente y hay que aterrizar en una realidad cargada de riesgos, limitaciones y pérdidas.

El pronóstico del presidente sobre el “año difícil” es realista y convoca al pragmatismo y a la moderación de los estilos de vida para adecuarlos al tiempo de la inflación y de la incertidumbre mundial.

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