Días negros para la prensa
La prensa libre latinoamericana encara hoy una de sus más peligrosas etapas, caracterizada por los asesinatos de periodistas, uno por cada semana en lo que va de este año, e innumerables casos de atropellos físicos, amenazas, irrespetos y restricciones al ejercicio del periodismo independiente.
Son muchas las pinzas que se mueven para dinamitar la libertad de prensa, el único ámbito que le queda a la democracia para no morir asfixiada por sus nuevos y viejos enemigos, y de esos riesgos y peligros ha dado voz de alarma la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Justamente hoy se abren los debates de la reunión de medio año de la SIP bajo un ambiente sombrío, pues persiste la impunidad contra los crímenes de periodistas y, para colmo, no hay estados capaces de garantizar la protección de los que ejercen este oficio.
Por si fuera poco, es más desembozado ahora el ataque directo de presidentes y regímenes autoritarios, como el de Nicaragua, contra la prensa libre que da cuenta de sus actos de corrupción y otras iniquidades, mientras se avientan las campañas para desacreditar a los medios independientes y acallar las voces disidentes, no importa las plataformas que utilicen para expresarse.
Bajo la premisa de combatir la epidemia de noticias falsas, también se alientan normas y leyes que en el fondo buscan neutralizar a medios y condicionar sus contenidos, autorizando sanciones penales o administrativas como formas de intimidar y hacer claudicar a los defensores de la libertad de expresión.
La tendencia a la regularización anacrónica e injustificada de los medios ha venido acompañada por el arresto de periodistas, censura de contenidos, negativa a cumplir las leyes de acceso de la información cuando la prensa la reclama y otras violaciones a los derechos humanos.
A la prensa no le queda otro camino que presentar batalla. Hasta que caiga el último de sus mártires, aquí y en cualquier otro lugar de América Latina.
Peores y más siniestros enemigos hemos enfrentado en el pasado, en aras de preservar para nuestras sociedades un modelo de vida y de gobierno en que las libertades públicas estén por encima de las intolerancias, las atrocidades y las crueldades de los que intentan oprimirlas.