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Sí, un simple pedazo de papel

Para los ciudadanos afectados por cualquier discapacidad, de nacimiento o adquirida, la Constitución es, realmente, un simple pedazo de papel.

Su artículo 58 es un verdadero poema a la magnanimidad humana y, si se quiere, una oda a la compasión del Estado frente a las duras condiciones de vida de estos ciudadanos.

Reza así: “El Estado promoverá, protegerá y asegurará el goce de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de las personas con discapacidad, en condiciones de igualdad, así como el ejercicio pleno y autónomo de sus capacidades. El Estado adoptará las medidas positivas necesarias para propiciar su integración familiar, comunitaria, social, laboral, económica, cultural y política”.

Todo muy elocuente, pero en el fondo, y en la amplitud de este compromiso, es un precepto incumplible.

Por tanto, esta parte de la Constitución es palabra hueca, por no llamarle una mentira piadosa.

Los testimonios sobre las dificultades para la inclusión de los discapacitados, publicados frecuentemente por Listín Diario, desnudan una realidad de abandono, desinterés y en cierto modo discriminación hacia ellos.

Los sordomudos, por ejemplo, no ven sus derechos protegidos cuando a la hora de ir a las clases de bachillerato o universitarias, no disponen de intérpretes o traductores de señas para entender lo que enseñan los maestros.

En Colombia hay una ley que obliga a suplir estos intérpretes a los sordomudos, pero aquí el 98 por ciento de ellos no cuentan con este auxilio.

El gobierno tiene que plantearse, sin titubeos, la puesta en práctica de una política que provea estos intérpretes, al menos en los niveles del bachillerato o superior, para que muchos talentosos sordomudos puedan cumplir sus sueños de preparación profesional.

Estos compatriotas, casi marginados por la sociedad, merecen una mejor suerte. La misma que despierta la Constitución aunque, para el caso, sea letra muerta.

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