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La sangre, un bien escaso

Aunque todos la tenemos en nuestro cuerpo, es una odisea conseguirla para otros, especialmente en trances donde la vida está en juego.

Hablamos de la sangre, el líquido de la vida, cuyos componentes son esenciales a la hora en que se necesite transfundirlo a otra persona que lo ha perdido a causa de una hemorragia o que pueda faltarle en una cirugía.

Como los bancos o establecimientos clínicos especializados en su adquisición, análisis, procesamiento y venta, no disponen de suficientes cantidades, la búsqueda urgente es un viacrucis para el necesitado.

El que sufre heridas en un accidente o se desangra por un balazo, un machetazo o cualquier golpe contundente, a menudo no encuentra a tiempo la sangre de reposición.

La práctica es llevar un donante calificado, con sangre del mismo tipo, pero el paciente tiene que pagar hasta ocho mil pesos por una pinta. Y no todo el mundo dispone de dinero para tales emergencias.

Si no consigue la sangre, puede morirse. O retrasarse una cirugía ineludible.

Por más esfuerzos que se han hecho para promover una cultura de la donación, siempre estamos en déficit, es decir, sin las unidades necesarias para atender los casos, que se estiman en 250,000 unidades anuales.

El gobierno debería disponer de un fondo especial para estimular la adquisición de la sangre, no esperar a que este auxilio provenga de donantes circunstanciales, por lo general familiares o amigos del paciente en necesidad.

Podría aplicarse el principio de la “doble vía” a los beneficiarios de concesiones, contratas u otros favores del Estado se les pediría, a cambio, en clave humanitaria y solidaria, que aporten sangre para abastecer nuestro Hemocentro Nacional.

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