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Haití no aguanta más

Con el estado generalizado de inseguridad prevaleciente, cada día más deteriorado, la gobernabilidad ha rodado por el suelo en Haití, y solo una intervención militar podría ser la única vía para imponer el orden y la pacificación nacional.

Ni su policía ni su ejército están en capacidad, numérica ni en equipamientos, para neutralizar a las diferentes pandillas armadas que se han repartido el control de sus territorios sirviendo de trampolines al tráfico de drogas, armas y otras actividades ilícitas del crimen organizado.

Un desarme general no se logra con esas fuerzas incapacitadas, sino con tropas extranjeras que, al amparo de un fideicomiso internacional patrocinado por las Naciones Unidas, asuman temporalmente el dominio de la situación.

La peligrosidad que se incuba para la propia vida de ciudadanos indefensos y desprotegidos así como para el resto de los países de la región, amerita sin pérdida de tiempo que una autoridad supranacional extirpe el cáncer de ese estado fallido, que ya hace metástasis.

Los mandatarios de República Dominicana, Panamá y Costa Rica, en una histórica declaración, han hecho una solicitud a los Estados Unidos para “aunar esfuerzos en la solución conjunta” del problema, cuyas implicaciones están a la vista de todos: la posibilidad de una guerra civil o la explosión de avalanchas de refugiados hacia otras latitudes.

Ahora que un grupo de misioneros religiosos norteamericanos y canadienses está en poder de una banda que los secuestró y amenaza con matarlos, los Estados Unidos se ven directamente comprometidos en la búsqueda de esa solución.

La hoja de ruta propuesta por los tres mandatarios es esta: realizar el desarme, crear un clima de mayor seguridad para pacificar a Haití, promover la celebración de elecciones libres y transparentes el año próximo y el desarrollo integral en base a proyectos de recuperación de la economía y los ecosistemas naturales abriendo fuentes de trabajo.

Nada de eso se consigue con simple retórica, sino con una acción militar combinada de fuerzas extranjeras cuyo propósito fundamental sea el orden y la pacificación, así, sin ambages ni rodeos.

Haiti can't take it anymore With the prevailing generalized state of insecurity, deteriorating every day, governance has rolled on the ground in Haiti, and only a military intervention could be the only way to impose order and national pacification.

Neither its police nor its army have the capacity, numerically or in equipment, to neutralize the different armed gangs that have divided control of their territories, serving as springboards for the trafficking of drugs, weapons and other illegal activities of organized crime.

A general disarmament is not achieved with those incapacitated forces, but with foreign troops who, under the protection of an international trust sponsored by the United Nations, temporarily assume control of the situation.

The danger that is incubated for the very lives of defenseless and unprotected citizens, as well as for the rest of the countries of the region, merits without loss of time for a supranational authority to remove the cancer from that failed state, which is already metastasizing.

The leaders of the Dominican Republic, Panama, and Costa Rica, in a historic declaration, have made a request to the United States to "join efforts in a joint solution" of the problem, the implications of which are clear to all: the possibility of a war. civil or the explosion of avalanches of refugees towards other latitudes.

Now that a group of North American and Canadian religious missionaries is in the hands of a gang that kidnapped them and threatens to kill them, the United States is directly involved in the search for that solution.

The roadmap proposed by the three leaders is this: carry out disarmament, create a climate of greater security to pacify Haiti, promote the holding of free and transparent elections next year and comprehensive development based on recovery projects for the economy and natural ecosystems opening sources of work.

None of this is achieved with simple rhetoric, but with a combined military action of foreign forces whose fundamental purpose is order and pacification, thus, without ambiguity or detours.

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