Que no se atrevan a entrar

El presidente Luis Abinader sabe que las bandas armadas que se reparten y disputan el control de territorios en Haití no tardan en pretender extender, hasta nuestro país, sus funestos tentáculos.

De hecho, esta parte de la isla representa para esas bandas el campo de profundidad que necesitan para asegurarse los millonarios beneficios del tráfico de drogas, de migrantes ilegales y de armas, en la medida en que su guerra interna los empuje a replegarse a lugares seguros.

Nunca antes un factor tan ajeno a los objetivos estratégicos de una dominación territorial o de injerencia externa había puesto en un escenario de desafío la soberanía y la seguridad nacional como lo que significa tener de vecino a un Estado fallido.

El presidente Abinader ha revelado que los organismos de inteligencia han identificado y les dan seguimiento al accionar de estas bandas y les ha advertido a los jefes pandilleros haitianos que no se atrevan a traspasar la línea fronteriza para crear santuarios aquí.

Les ha advertido, con claridad meridiana, que las fuerzas armadas y la policía dominicanas están preparadas para impedirlo.

Aparte de lo que hagan las bandas haitianas, el país está expuesto a otros peligros conexos.

Por ejemplo, a que sea tomado de puente o trampolín por organizaciones terroristas y por los carteles del narcotráfico para convertir a Haití en una cabeza de playa para sus siniestras operaciones.

Todo puede ocurrir en un territorio donde no hay autoridad oficial para imponer orden general. Semejante a Somalia, lo que impera allí es la ley del más fuerte, no de un gobierno surgido y afincado en un orden democrático, sino de claques empeñadas en dominar territorios y negocios ilícitos.

Ahora más que nunca, el cuidar o blindar la frontera es el reto crucial que tiene el país para asegurar la seguridad nacional y, con ella, su soberanía, que pueden ser puestas en jaque no solo por la gula de bandas armadas o guerrillas, sino por un éxodo masivo de haitianos que buscan alimentos, agua, empleos y garantías de vida que su país no les proporciona.

En esta postura preventiva y a la vez disuasiva, el presidente Abinader debe contar con el apoyo granítico de la sociedad dominicana.

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