EDITORIAL

Lo que vale la democracia

Lo que vale la democracia

Haití y República Dominicana tuvieron dictadores al mismo tiempo pero el reloj de la democracia sonó en ambas naciones en horas distintas.

François Duvalier (Papá Doc) y su hijo Jean Claude, cimentaron una dinastía que se vino abajo en 1986, veinticinco años después de derribada la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en este lado de la isla.

Fueron dictaduras de edades casi iguales. La de los Duvalier dominó 29 años. La de Trujillo 31. Pero operaron con las mismas estructuras de terror y de asfixia de las libertades cuyos efectos residuales prevalecieron por décadas.

En ese interregno de 25 años, y con muchos traumas latentes de la dictadura trujillista, los dominicanos avanzaron en la construcción de una democracia que, con sus debilidades, ha resultado la mejor base para cambiar el rumbo de su historia.

Haití, desde el 1986, cuando Jean Claude fue barrido del poder por un golpe de Estado, no ha tenido la misma suerte que sus vecinos. Por el contrario, vive en un péndulo de avances y retrocesos que lo atasca en la pobreza, en la violencia y en la mayor de las incertidumbres.

Por efectos de una arritmia histórica, los procesos hacia la democracia en ambos países han sido divergentes, dependiendo de la seriedad y sistematicidad con que se han desmontado las piezas de sustentación de las maquinarias dictatoriales.

La existencia de partidos políticos y las elecciones cuatrienales constituyen una clave importante para garantizar que la democracia, que se nutre del respeto a los derechos humanos y a las libertades de expresión, prensa, comercio y propiedad privada, pueda funcionar adecuadamente.

Haití no ha tenido la experiencia fructífera de la democracia dominicana. Pero podría poner la proa hacia ese modelo, el único que puede ayudarle a romper las anclas que todavía lo estacan en su azaroso pasado.

Luego de esa accidentada historia de Haití por alcanzar un modelo de estado, de gobernabilidad y de coexistencia, es cuando más reconfortante, aleccionadora y comprometedora resulta para los dominicanos la misión y responsabilidad de defender su democracia, al costo que sea.

What democracy is worth

Haiti and the Dominican Republic had dictators at the same time, but the clock of democracy attacked in both nations at different times.

François Duvalier known as Papa Doc and his son Jean Claude founded a dynasty that collapsed in 1986, twenty-five years after the dictatorship of Rafael Leónidas Trujillo was overthrown on this side of the island.

They were dictatorships of almost equal ages. Duvalier dominated 29 years and Trujillo for 31. But they operated with the same structures of terror and suffocation of freedoms whose residual effects prevailed for decades.

In the 25 years intervals, and with many latent traumas from the Trujillo dictatorship, the Dominicans advanced in the construction of a democracy that, with its weaknesses, has been the best basis for changing the course of its history.

Haiti, since 1986, when Jean Claude was removed from the government and its powers, has not had the same fate as its neighbors. On the contrary, he lives on a pendulum of advances and setbacks that bogs him down in poverty, in violence and in a great dilemma.

Due to the effects of a historical arrhythmia, the processes towards democracy in both countries have been different, depending on the seriousness and systematicity with which the support pieces of the dictatorial machines have been dismantled.

The existence of political parties and quadrennial elections are an important key to ensuring that democracy, which is nurtured by respect for human rights and freedoms of expression, press, commerce and private property, can function properly.

Haiti has not had the fruitful experience of Dominican democracy. But it could put their bow to that model, the only one that can help them break the anchors that still stake you in your hazardous past.

After that checkered history of Haiti to achieve a model of state, governability and coexistence, it is when the mission and responsibility of defending their democracy is the most comforting, instructive and compromising for the Dominicans, at whatever cost.

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