Opinión

EDITORIAL

El desgaste de las dictaduras

Las dictaduras siempre parecen eternas e invencibles.

Sus mecanismos de control, represión y asfixia de las libertades son tan estrictos y fuertes que los pueblos, en estado de sumisión y miedo, creen que nunca verán la luz al final del túnel.

Pero eso no quita que, por efectos del tiempo y el consiguiente desgaste de los resortes ideológicos o emocionales que les daban sustento, las dictaduras entren en trance de disolución.

La historia registra episodios de levantamientos populares o militares que derrumban las dictaduras cuando más afianzadas o fuertes se creen.

Por lo general, esos procesos no solo desalojan los regímenes. También se llevan las cabezas de los dictadores que no tuvieron la suerte de huir al exilio.

Hay otras formas de desmantelar los pilares de esos regímenes, desde dentro, como la “perestroika” soviética, que propició reformas para hacer sobrevivir la revolución bolchevique con nuevos maquillajes.

Cuando las dictaduras, ya agotadas, pero renuentes a conceder libertades y flexibilizar sus mecanismos de represión, se niegan a complacer las aspiraciones reales del pueblo, entonces ese mismo pueblo se ocupa de echarlas abajo, con todas sus consecuencias.

Lo que está en curso en estos momentos en Cuba refleja exactamente el hartazgo del pueblo de un sistema que perdió su sabor mesiánico y cuyas recetas carecen ya de los ingredientes necesarios para sobrevivir a sus largos 62 años de predominio.

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