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Opinión

Nos tumbaron el pulso

Haití le ha tumbado el pulso a nuestro país al pulverizar la oposición inicial de la República Dominicana a la construcción de un canal derivador de las aguas del río Masacre, que discurre a lo largo de la línea fronteriza.

La Cancillería, en una nota al gobierno haitiano hace un mes, exigió “detener de manera inmediata cualquier trabajo y obra que pudiera afectar el cauce natural” de esa fuente de agua.

Se refería a los trabajos de construcción, muy acelerados por cierto, que el gobierno haitiano venía realizando en la franja occidental del Masacre, con el propósito de succionarle agua a ese río, que nace y desemboca en nuestro territorio.

La Cancillería dominicana, apegada al principio de la defensa de nuestra soberanía, hizo saber a Haití que el Tratado de Paz, Amistad Perpetua y Arbitraje, firmado por ambos países en febrero de 1929, obliga a los estados a no hacer ni consentir ninguna obra susceptible de mudar la corriente de los ríos o cursos de agua transfronterizos.

La respuesta altanera del vicegobernador del Departamento Noroeste de Haití. Louis Joseph, fue la de que la obra se haría “le guste o no” a la República Dominicana.

El LISTÍN DIARIO, en su oportunidad, cumplió con su deber al advertir que esa iniciativa haitiana no era correcta ni aceptable, ni viable jurídicamente, porque violaba ese Tratado.

Ahora que la llamada Comisión Mixta Bilateral Dominico-Haitiana ha admitido que Haití tiene el derecho de “utilizar las aguas de los ríos que se encuentran en la zona fronteriza de manera justa y equitativa”, queda claro que la postura inicial dominicana ha sido doblegada.

Francamente, hemos admitido un quiebre de nuestros derechos soberanos al aceptar como un hecho consumado la obra secreta y unilateral para extraerle agua al Masacre y, peor aún, al consentir en el futuro el “manejo coordinado de todas las cuencas hidrográficas transfronterizas”, con todas sus imprevisibles consecuencias.

Que la historia se ocupe de juzgar a los responsables de este armatoste de acuerdo, lesivo al espíritu del Tratado del 1929, al interés nacional y a la convivencia civilizada entre las dos naciones que comparten es esta isla.

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