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¿Sordos, ciegos o suicidas?

Este país, como se diría en el argot popular, está “cundío” de Covid-19.

Las estadísticas diarias así lo refle­jan. Pero en la convicción de la ma­yoría, las cifras reales han de ser superiores por causa de un subregistro que hasta las mismas autoridades admiten.

Solo los que no quieren ver la gravedad de la pandemia son capaces de minimizarla o de­safiarla, negándose a cumplir las restricciones y las precauciones aconsejadas.

Los que tapan sus oídos a los mensajes de advertencia, a los insistentes llamados para que se vacunen en procura de una inmuni­dad, a los ruegos de que eviten los “teteos” y las aglomeraciones sin debidas distancias físi­cas, son los que hoy se han apartado de un de­ber ciudadano y poco les importa contagiarse y contagiar a otros.

Por encima de estas necedades e inconse­cuencias es preciso acopiar algo de prudencia, sentido común y correcta apreciación de la rea­lidad para admitir que estamos bajo una seria amenaza a la salud pública.

Una situación que podría agravarse más si la pandemia, como se teme en Haití, desate allí una catástrofe, empujando a muchos haitianos, acomodados o no, a buscar aquí las atenciones médicas apropiadas, las vacunas y otras vías de protección que muchos dominicanos, penosa­mente, están desdeñando.

Los que se resisten a cooperar y a cumplir su deber ciudadano frente a las recomendaciones para proteger su salud están jugando a la ruleta rusa. El día menos pensado pudiera ser el últi­mo de sus vidas.

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