Opinión

Llegó la hora de la catarsis militar

La justicia tiene el supremo desafío de esclarecer, ajustándose a los debidos procesos de ley, las escandalosas denuncias de actos de corrupción que se están ventilando en las audiencias del caso Coral.

Son denuncias que, de ser confirmadas con pruebas irrefutables, deberían conducir a un inevitable proceso de depuración y mayor control de los manejos administrativos de los presupuestos militares y policiales y al rigor de los procedimientos internos para la promoción de rangos de sus miembros.

Las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional constituyen los soportes de la seguridad nacional y, bajo ninguna circunstancia, puede permitirse que su autoridad y su misión constitucional sean puestas en entredicho por las inconductas de unos pocos, del rango que sea.

Para preservarlas de la tentación corruptora que permea todos los espacios donde se mueven dinero o influencias, no hay mejor momento que este para someterlas a una catarsis que ha esperado demasiado.

Estilos y prácticas que coliden con la doctrina o la profesionalidad de sus miembros -vox populi a lo interno de los cuarteles- han hecho mucho daño a la institucionalidad y la credibilidad de esos cuerpos.

El contubernio de militares y policías con el narcotráfico, con los contrabandistas, con los delincuentes callejeros, con los adulteradores de productos o traficantes de haitianos y armas por la frontera, representa un serio quiebre a la misión de garantizar la seguridad nacional, que enteramente le corresponde a las Fuerzas Armadas.

Esas conductas no pueden seguir siendo apañadas por los que se benefician directa o indirectamente de ellas.

La hora de la depuración y del rescate de la profesionalidad y la doctrina que guía la misión militar ha sonado.

Sería penoso no escucharla. El trago amargo de las denuncias ventiladas en la justicia hay que apurarlo con todas sus consecuencias.

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