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Don Marcio, un dominicano ejemplar

La diferencia entre un escritor y alguien que no lo es, radica en un nombre: Mar­cio Veloz Maggiolo. La diferencia entre un escritor y alguien que no lo es, radica en un nombre: Mar­cio Veloz Maggiolo.

En los umbrales de su 85 cumpleaños, don Marcio ha fallecido. En el trato personal o en su fino trabajo de orfebre literario, este dominicano ejemplar siempre proyectó una juventud que no va a morir jamás.

Daba gusto verlo frente al teclado de su computado­ra, dejando páginas ilustres para la posteridad. Y si ayer, su estrella descubrió horizontes culturales en las cavernas, la vida lo puso también en el camino de las letras donde ocupó otra parte importante de su vida.

Si alguien quiere descubrir la importancia de ser do­minicano y los valores arraigados a nuestra identi­dad, solo debe hojear entre sus libros. En ellos encon­trará la respuesta correcta.

Don Marcio nació para enaltecer al país que fue su cuna.

Por su obra cruzan los más variados personajes, des­de los cantores de boleros hasta las inconfundibles manos que hacen salir del acordeón la güira o la tam­bora, sus preclaros sonidos.

Hallazgos arqueológicos de primer orden, revelacio­nes únicas de valiosas figuras del folclor y retratos fi­dedignos de nuestro pasado y primeros habitantes del país, aparecen en su obra de investigación y en sus motivos literarios.

Don Marcio eligió el camino de la creatividad. No fue un empresario cultural, sino un intelectual. Su vida se resume como un modesto asesor institucional, un sabio descubridor de verdades ocultas, un diplomáti­co consagrado y un escritor a tiempo completo.

Sus libros siempre serán bienes materiales de per­manente valor, esos que perdurarán en la memo­ria de la República Dominicana.

Su legado no es circunstancial. Lo mismo puede ha­llarse dentro de su extensa bibliografía o en las pá­ginas de opinión del Listín Diario, periódico al que siempre honró con su firma y su sabiduría.

Fue un lujo haber tenido un colaborador de su esta­tura. Peleador en las mejores causas de su pueblo e incomparable defensor de nuestros auténticos valo­res. Sus premios fueron bien merecidos. Y su pueblo lo honrará siempre por su maestría imprescindible

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