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El pueblo le perdió la confianza

Con su actual nivel de descrédito y de confianza pública por el suelo, no queda más remedio que afrontar con decisión y seriedad, pero sobre todo urgencia, la reforma integral de la Policía Nacional.

Las radiografías de sus estigmas están a la vista. Lo que falta es la acción quirúrgica para extirparlos. O la determinación de refundarla, bajo nuevos paradigmas.

De hecho, el gobierno del presidente Luis Abinader lo tiene claro. No solo anunció que la reforma se emprendería este año, sino que estructuró un plan de seguridad ciudadana que fundamentalmente descansa en la presteza y efectividad de un cuerpo policial moderno.

Y para que no haya dudas de que el gobierno está firme en estas intenciones, hace poco ordenó desmantelar el ala policial dedicada al combate del narcotráfico: DICAN.

La justificación que se dio para desintegrar este organismo fue la de que allí operaban estructuras al servicio del crimen organizado.

Siendo esa una de las extremidades podridas de la Policía, resulta obvio suponer que así pudieran estar otras.

En realidad, la institución matriz también presenta cuadros de anomalías que se reflejan en los comportamientos de muchos de sus miembros confabulados con el variopinto mundo del crimen organizado.

Por esa y otras muchas razones es que procede someter a la Policía Nacional a una profunda cirugía profiláctica para transformar su perfil y accionar y convertirla en un ente eficaz en la tarea de preservar el orden público y las vidas de los ciudadanos.

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