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Se le fue la mano

Entre los grandes pilares que enaltecen el sistema democrá­tico figura uno que es esencial e inviolable: El derecho que tienen los ciudadanos para ex­presar sus ideas en un ambiente de plura­lismo y de libertades plenas.

Meterle cuñas a ese y otros derechos con imposiciones de líneas políticas pro­venientes del poder es una de las caracte­rísticas de los regímenes totalitarios.

Por eso ha resultado alarmante que la ministra de la Mujer, Mayra Jiménez, ha­ya emitido una circular interna limitan­do a sus funcionarios la libre emisión del pensamiento sobre el controvertido tema del aborto y su despenalización, si con­tradice la línea de ese ministerio.

Es una posición totalmente divorciada de la que ha trazado al respecto el pro­pio Presidente de la República, Luis Abi­nader, quien dejó en libertad a los legis­ladores de su partido a decidir, según sus convicciones, sobre el destino final de es­te tema en el nuevo Código Penal.

Siendo el Presidente un ejemplo de go­bernante respetuoso de la libertad de ex­presión de los ciudadanos, luce obvio que a la ministra de la Mujer se le fue la mano al pretender establecer estas cortapisas y, a la vez, forzar una unanimidad de crite­rios que atañen a derechos humanos sa­grados, no a las posturas públicas de un ente oficial.

Mejor hubiese sido que, en lugar de restringir la libertad de expresión de sus funcionarios, la ministra se pronunciase y tomase acción frente a la cacería de mu­jeres que se registra ante su vista con la cadena de feminicidios que hoy enluta a nuestro país

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