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Una apuesta arriesgada

No estamos en condiciones todavía para apresurar el regreso de nuestros alumnos a las aulas, aunque sea bajo un modelo híbrido como el que han preparado los ministerios de Educación y de Salud Pública.

Si bien es cierto que muchos países abatidos por la pandemia del Covid han experimentado una “vuelta a la normalidad” con el modelo de las clases presenciales, estas han tenido que regirse por unos protocolos muy exigentes.

Aunque la transmisión del virus por parte de los niños no es tan significativa como entre los adultos, no hay que pasar por alto el perfil de nuestra clase magisterial, mayoritariamente compuesta por adultos mayores, que sí se encuentran en riesgo de contagiarse y propagar el Covid.

Además, si las escuelas públicas han sido seleccionadas como centros de aplicación masiva de las vacunas preventivas anti-Covid, ya que en el pasado sirvieron de lugares de votación en elecciones, habría que considerar cuál logística convendría implementar en el caso de que las clases sean presenciales.

Estamos conscientes de que el forzado modelo de educación a distancia, que se lleva a cabo como una alternativa para no perder el año escolar ni que los alumnos sufran la falta de aprendizaje, no iguala los beneficios de la enseñanza presencial.

Son muchos los factores y las realidades que deben ser sopesadas a la hora de tomar una decisión de este calibre, considerando que todavía gravita la pandemia, que esta se ha fortalecido con nuevas mutaciones del coronavirus, que más del 70 por ciento de los contagiados son asintomáticos y que no toda la población podrá ser vacunada en corto tiempo.

Luce una apuesta arriesgada. Calculémosla bien para que la sal no salga más cara que el chivo.

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