Una excelente embajadora y amiga
Robin Bernstein pone fin a su misión en la República Dominicana, dejando una amplia estela de iniciativas de apoyo en favor de la juventud, el deporte, la educación y los temas de seguridad y cooperación financiera.
Su mejor huella, sin embargo, fueron sus formas afectivas hacia los dominicanos, de las que siempre dio muestras con la simpatía y sencillez con que compartía en cualquier ambiente, sin caer en los fríos distanciamientos a los que muchas veces obliga el ejercicio diplomático.
A diferencia de otros colegas, que asumieron la representación del gobierno de los Estados Unidos con la petulancia o arrogancia de los antiguos procónsules, esta dama fue un ejemplo de empatía natural que se identificó con muchas causas sociales, sin recurrir a necias imposiciones.
Manejó las relaciones entre Estados Unidos y nuestro país en momentos muy delicados, sin trasmitir rispideces políticas, como una amiga de nuestros valores, en gran medida como un reflejo de la permanente gratitud de los judíos, los de su raza, por la acogida que le dio esta tierra durante la diáspora.
Mostró empeño, y ayudó bastante, en la articulación de un plan para enfrentar desastres naturales, para asegurar el futuro de los jóvenes atletas y el deporte, la lucha contra el narcotráfico y la corrupción, la capacitación de maestros y alumnos en la educación a distancia y el combate al Covid-19.
En este último aspecto, logró que Estados Unidos donara 9 millones de dólares para programas de fortalecimiento de la atención sanitaria a la población que incluyó equipos críticos para 13 centros hospitalarios y dos hospitales móviles con ventiladores para cuidados intensivos.
Su sonrisa y amabilidad quedarán como imborrables recuerdos entre los dominicanos que la vieron asimilar e identificarse con muchos de los rasgos de nuestra idiosincrasia y que de seguro la echarán de menos por su partida.