El misterioso embrujo del “barrilito”
Si criticable y punible es valerse de la autoridad para beneficiarse de negocios con el Estado, igual lo es legislar en su favor, en términos pecuniarios, como lo han hecho los congresistas con el “barrilito”.
Ellos mismos aprobaron repartirse, en montos porcentuales a la población que representan, parte de los dineros del presupuesto de ambas cámaras legislativas, dizque para realizar obras sociales.
Pasándole por alto a un principio universal que establece que quien aprueba las leyes de recaudación de fondos para el Estado no puede recaudar pero mucho menos administrar el presupuesto, los legisladores -con escasísimas excepciones- se han hecho reos de este pecado.
Tal como ocurre con fondos distribuidos sin mayores requisitos de transparencia en su uso, los beneficiarios del “barrilito” no se sienten en la obligación de rendir cuentas de esos dineros, pese a que constituyen una innecesaria sangría al presupuesto del Congreso.
Esa misma falta se les imputa a los alcaldes que tampoco remiten a la Cámara de Cuentas los informes de ejecución de sus presupuestos, burlando las normativas legales en ese sentido.
El hecho de que algunos congresistas hayan renunciado a recibir sus “barrilitos” es el mejor indicio de la razón ilegítima de ese fondo, que no es otra cosa que un auto-reparto del dinero de los contribuyentes, logrado desde la ventajosa categoría que les da su condición de hacedores de leyes.