La identidad nacional en decadencia
Hemos estado perdiendo, sin darnos cuenta, los elementos distintivos de nuestra identidad nacional, lo que no parece importarles a muchos.
La decadencia se percibe en la suplantación o la desnaturalización de los principales rasgos de la identidad vinculados a la cultura, a las costumbres, a las tradiciones y a los símbolos que deberían cohesionarnos como nación.
Cuando cambiamos la verdad histórica en textos escolares, cuando ignoramos o irrespetamos los fundamentos que dieron origen a la República, o cuando un alto porcentaje de sus ciudadanos no muestra un auténtico sentimiento de pertenencia a los símbolos patrios, es porque algo anda mal en este conglomerado.
Cuando permitimos que, a contrapelo de una larga tradición cambiamos nuestros ritmos autóctonos por otros, vale decir, el merengue por el dembow, o despojamos a la bandera y el escudo de sus piezas distintivas; cuando la nacionalidad se vende sin mayores requisitos y el principio de soberanía deja de ser un timbre de orgullo para subordinarnos a la regla de una globalización que pretende borrar fronteras, son reflejos de una identidad en trance.
Si los valores inculcados desde la niñez se orientan hacia la aceptación de aberraciones de la cultura moderna, en la que el derecho y el respeto a la vida se convierten en paradigmas desfasados, entonces hay válidas razones para pensar que estamos llegando, de pronto, a un proceso de desconstrucción de nuestra identidad como nación, de imprevisibles resultados.
Tal vez esta no sea, para la mayoría, una cuestión de vital trascendencia, porque la sociedad vive más pendiente de otros problemas acuciantes sin darse cuenta de que al malograr el sentido de pertenencia a la dominicanidad también estamos debilitando nuestra capacidad de unirnos, en las horas difíciles, para enfrentar los desafíos del presente y del futuro.
Si dejamos de amar nuestra historia y emular los grandes ejemplos de los constructores de la nacionalidad, si desvalorizamos nuestra cultura para asumir los rasgos de extrañas, si dejamos de defender el territorio como el sagrado patrimonio de nuestra soberanía, estamos conspirando contra nuestra propia existencia como nación libre e independiente.
Revisémonos y reaccionemos ante este fenómeno silente pero veloz que poco a poco nos distancia del compromiso de engrandecer a la nación, por encima de las fuerzas o tendencias que socavan día a día sus pilares fundamentales y debilitan los vínculos de identidad que han sido forjados desde el grito de independencia del 1844 hasta nuestros días.