El peligro no ha pasado todavía

El violento rebrote del coronavirus en varios países de Europa es una inconfundible señal de que la pandemia aún está fuera de con­trol en el mundo.

Aquí no estamos exentos de una experiencia se­mejante aunque, por el momento y según los re­gistros oficiales, nos encontremos en un contexto de reducción de las tasas de contagio y muerte.

Las apariencias pueden ser engañosas.

Cada país que ha desmantelado o flexibiliza­do sus medidas de restricción, como el toque de queda, ha vuelto a experimentar las des­agradables experiencias de nuevas oleadas de ataques del Covid-19.

Aquí tuvimos esa experiencia cuando se au­torizaron las desescaladas graduales de esas medidas y no pudimos entrar a la fase tres, de las cuatro previstas, porque el virus arre­ció su velocidad de contagio y el gobierno tu­vo que retroceder.

A nadie le gustan estas restricciones ni mu­cho menos las nocivas consecuencias que es­tas han causado en las formas de vida, en la economía con la quiebra de negocios y en la salud mental que se desajusta bajo el peso de nuestras incertidumbres.

El Gobierno ha decidió flexibilizar a partir del lunes el toque de queda, una de las me­didas menos respetadas, aparentemente ba­jo una presión social in crescendo, igual a la que se han ejercido en otros países para apre­surar la apertura a la llamada “nueva norma­lidad”.

Ojalá que el Gobierno haya medido, en to­da su plenitud, los posibles impactos de es­te aflojamiento en un momento en que se esperan, por el otoño, las amenazas de la influenza, el dengue, la malaria y la leptos­pirosis, sobre una sociedad demasiado vul­nerable.

El virus del Covid sigue moviéndose entre nosotros sin dar reales muestras de declive. Bajar la guardia ante esa amenaza es bastan­te arriesgado.

Que conste en acta.