La toma de La Victoria
Con una población de presos siete veces mayor de la que permite su espacio físico, La Victoria es un antimodelo penitenciario.
Es un puro antro, en el más amplio sentido de la palabra.
Todos los vicios y las promiscuidades humanas, toda actividad ilícita, toda inequidad judicial, se diseminan en su interior como las células de un cáncer de difícil extirpación.
Tenían que estallar escandalosos episodios de perversidades y maquinaciones criminales para que, al fin, las autoridades judiciales y policiales decidieran hincarle el diente a ese monstruo indomable.
Y lo hicieron con un amplio operativo de comandos para ocupar la cárcel y hacerse cargo de un proceso de reorganización, tras destituir a los jefes y sus mancuernas internas, responsables del estado de cosas.
La procuradora general, Miriam Germán, ha actuado con firmeza y carácter al disponer esta medida y comprometerse a establecer un nuevo orden interno, hasta que comience la mudanza de presos para el nuevo recinto.
Las mismas precariedades, el mismo clima de aberraciones y de hacinamiento se repite en otras cárceles, por lo que se hace necesario un abordaje directo, con despliegue de autoridad, para subsanarlas.
Ojalá que este sea el principio de una adecuación del sistema penitenciario nacional, que burla los parámetros de alojamiento, servicios y programas de regeneración, y que patentizan la antítesis del modelo moderno, más humano y más cercano al respeto de la dignidad humana.