Un país abatido
La pandemia del coronavirus, gravitando entre nosotros desde hace cinco meses, ha postrado al país en muchos sentidos.
Ha semiparalizado la economía, ocasionando que casi el 60 por ciento de los hogares haya perdido sus fuentes de ingreso a causa de las suspensiones temporales o permanentes de empleos.
Ha estresado el sistema de salud pública, obligando a un violento drenaje de las reservas presupuestarias o financieras de la nación para ampliar el número de camas, médicos, enfermeras, ventiladores automáticos, medicamentos, exclusivamente destinados a víctimas del Covid.
Ha trastornado los procesos de la educación a todos los niveles, planteando ahora la grave disyuntiva de reabrir las clases bajo condiciones de peligro de contagio o mediante teleconferencias.
Ha transformado los patrones de vida de los ciudadanos, afectando la socialización y la convivencia y creando preocupantes condiciones para una pandemia de salud mental, fruto de estos forzosos cambios.
Teniendo claro que la causa principal es la pandemia, un fenómeno que ya ha cobrado 1,533 vidas y mantiene contagiados a casi 90,000 ciudadanos, cifras que nunca antes había registrado el país por cualquier causa en cinco meses, lo prioritario es salir de ella lo más rápido posible.
Esa es la que tiene al país abatido, con energías menguadas, con su inmunidad económica en crisis y con una sociedad en desconcierto ante un futuro todavía no claro, esperando que una vacuna milagrosa nos despierte del letargo y nos resucite.