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El país decidió

Las elecciones, para ser incuestionable­mente legítimas, requieren de alta y cons­ciente participación de votantes, limpieza del sufragio, transparencia y verosimilitud de los escrutinios.

En los comicios presidenciales y congresionales de ayer estos factores se hicieron patentes, tal vez como muchos no esperaban dado el estado de riesgos a la salud a causa de la pandemia del coronavirus.

La masiva y ordenada participación de los electo­res, que apostaron a la prioridad constitucional del ejercicio del sufragio desafiando los peligros de la pandemia, es un impulso a la legitimidad de los co­micios.

La ausencia, en sentido general, de denuncias veraces y comprobables de actos fraudulentos en los colegios electorales, es otro factor de endoso y confianza que robustece la calidad del sufragio.

Pese a los traumas causados por las fallas del voto electróni­co en el primer intento de celebrar elecciones municipales generales en febrero, la fatiga de una segunda convocatoria y el proceso de ayer, lo que subyace es un firme deseo de la sociedad de producir la alternabilidad democrática.

Este ejercicio de ayer validó la importancia de la ins­titucionalidad, que funciona sobre la base de respetar las normas constitucionales para reemplazar a las au­toridades del poder político, sin recurrir a vías extra legales.

Ha sido admirable la pacífica, ordenada y entusias­ta participación de los votantes, que se manejaron sin mayores dificultades con el nuevo modelo de tres boletas físicas, libres de las limitaciones del arrastre de candidaturas que predominaron en los anteriores procesos.

Perfectamente se puede decir que el país celebró una auténtica fiesta de la democracia y decidió, libremen­te, su futuro.

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