Le faltan los pies y la cabeza

La decisión de imponer el uso obligatorio de mascarillas es ultra indispensable, pero carece de pies y cabeza para lograr su esperada eficacia.

Como intención es buena, ya que es un mecanismo de protección de la salud para evitar el contagio o la transmisión del coronavirus.

En todo caso es una obligatoriedad moral, propia de una actitud defensa de la vida y respeto a los demás.

Pero tal como está dispuesta esa obligatoriedad, el mecanismo es difuso y controversial.

¿Quién impondrá la multa, que va desde un salario mínimo hasta diez y en base a cuál criterio se establecerá el nivel de esta penalidad?

¿Cómo las autoridades encargadas de identificar a los infractores del no uso de las mascarillas podrán sustentar sus pruebas?

Una vez identificado el infractor, ¿en base a cuál premisa esa autoridad decidirá si ponerle una multa equivalente a uno, dos o diez salarios mínimos en un país en el que existen 17 salarios mínimos diferentes?

Si el gobierno no afina, esclarece y define los mecanismos y los responsables de aplicar esta resolución amparada en la ley de Salud Pública, quedará como una medida sin pies ni cabeza.

Difícil de echar a andar. Difícil de socializar y masificar. Difícil de hacer cumplir.

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