Una trágica desescalada
Sin haber aplanado la curva de muertes y contagios por el coronavirus, fue demasiado el riesgo que asumimos al jugar tan pronto a la desescalada.
Entramos a ella con 448 muertes y 13,657 contagiados el 20 de mayo y casi un mes después nos encontramos con una cantidad duplicada de infectados y con 167 nuevas víctimas fatales.
Si estos saldos son de por sí mortificantes, más resultan las desinhibidas conductas de la ciudadanía al creerse que la pandemia había bajado su tren de ataque y que estaba prácticamente frenada.
La desescalada abrió los apetitos para que muchos se volaran las restricciones, bajo una falsa sensación de vuelta a la normalidad.
Hasta el miedo le perdimos.
Ahora el gobierno, de cara a las duras realidades que muestra el luctuoso avance de un virus todavía fuera de control, decide no aventurarse a dar el paso hacia la Fase III.
¡Bien hecho!
Por más necesidad que tengamos de restablecer el ritmo de nuestra economía, por más imperiosa que sea la necesidad de recuperar espacios perdidos, por más incómodas que sean las reglas del distanciamiento y las medidas de prevención, las restricciones debieron mantenerse intactas un tiempo más allá del 20 de mayo.
De nada valió apresurarnos.