“Quédate en casa”, la devaluación de una consigna nacional
Con ella, una nación obediente comprendió y en gran medida cumplió el apremiante llamado de guarecerse en los hogares como medida cautelar para prevenir el embate de la pandemia del coronavirus.
Con ella, miles de voces llamaron a los ciudadanos al sacrificio de un encierro temporal y bajo tal consigna el gobierno justificó un conjunto de medidas precautorias para cuidar la salud y la vida de los ciudadanos que se acogiesen a ella.
Inclusive, la expresión sirvió para simbolizar el mayor programa de asistencia económica y alimentaria en tiempos de emergencia que haya puesto en marcha un gobierno en los tiempos modernos, con tal de que la consigna surtiera sus efectos.
Hoy, sin que el peligro haya pasado por completo, esa consigna ha quedado prácticamente devaluada y sin sentido al relajarse algunas importantes medidas de restricción para dar paso a un proceso de reapertura de todas las actividades de la vida cotidiana, llamado “desescalada”.
Este término, aplicado a una estrategia de ir quitando gradualmente los niveles de dureza de las restricciones durante la emergencia, le sustrae sentido a la consigna “Quédate en casa”, porque lo que se está alentando es una vuelta a la calle y a los trabajos, con plena conciencia de sus riesgos.
Los riesgos son el del contagio y las secuelas de este.
Estando activa y agresiva la cadena de contagio del virus, lo que se demuestra con los centenares de nuevos casos que a diario se registran, es obvio que la “desescalada” se está extralimitando de sus originales fases, lo que implica el riesgo mayor de una desnaturalización de sus objetivos originales.
En la medida en que el Gobierno, por las razones que fuere, se salte algunos pasos que corresponden a otras fases de la “desescalada”, en esa medida pierde autoridad a la hora que decida revertir algunas de ellas o pretender darle valor de nuevo al llamado “Quédate en casa”.
Porque ya la gente está tirada a la calle. Y en ella parece que se quedará, pase lo que pase.