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Lo que está en juego es la calidad del voto

La democracia dominicana no está más fuerte de lo que debería, tras cincuenta años de pruebas, porque todavía engendra en el seno de su sistema de partidos el virus que corrompe la calidad del voto, la más auténtica expresión de la voluntad popular.

Si es por mecanismos de control y seguridad del sufragio, pudiéramos decir que se han echado bases, a lo largo de los procesos electorales que hemos celebrado desde la caída de la dictadura de Trujillo, para que se cumplan los objetivos de pulcritud y transparencia, que son los que legitiman una elección.

Lamentablemente, en cada uno de esos procesos afloran las trampas o intentos de trampa para desnaturalizar la esencia de la voluntad popular, mediante la compra de cédulas, el pago de sobornos al elector, el retruécano maligno de las funciones, manuales o electrónicas, del mecanismo de votación, hasta la adulteración descarada de los resultados.

Otro aspecto que le quita energías y fuerza a la democracia es la cuestionable reputación de muchos de los candidatos oficiales de los partidos políticos reconocidos por la Junta Central Electoral, a todos los niveles de elección, que al final solo representan a sus propios intereses y no a los de la comunidad.

Con esa realidad de frente, las iglesias Católica y Evangélica, y otros grupos no partidarios de la sociedad, han venido exhortando al pueblo a distinguir a los candidatos capaces y comprometidos con el bien común, y a rechazar con su voto a los corruptos, incompetentes o ignorantes ya conocidos.

Porque es de muchos sabido que en las pujas por candidaturas es más determinante el dinero, sucio o limpio, que se gastan los aspirantes para lograr la nominación, que las sanas y concretas propuestas orientadas en favor de la ciudadanía, sustentadas en ideas, experiencias y convicciones firmes, no en los discursos demagógicos que pintan pajaritos en el aire o nos abruman con promesas que, a decir verdad, nunca se materializarán.

Ahora que se aproximan las elecciones municipales, montadas de manera independiente de las legislativas y presidenciales, los electores tendrán la oportunidad de decidir entre la alternativa de abrirles el camino a los candidatos más íntegros, más comprometidos con sus comunidades y con los valores más altos de la sociedad, en lugar de encumbrar a gentes que solo miran al erario como un apetito ubre para sus ambiciones.

La Junta Central Electoral, como rectora de ese proceso, debe esmerarse en cuidar la calidad y la invulnerabilidad del sistema del sufragio, al costo y sacrificio que sea.

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