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Los escombros de la institucionalidad

La amplia facilidad o libertad que han tenido los jefes del crimen organizado para traficar con drogas y personas, para falsificar productos y documentos y ganar fortunas con otras actividades ilícitas, está teniendo un costo muy alto para la institucionalidad del país.

La plataforma de leyes e instituciones en las que descansa la autoridad del Estado ha estado puesta en peligro de colapso como consecuencia de la corrupción que permea todos los ambientes, incapacitándola poco a poco para hacer valer los atributos del orden y del estado de derecho en el que deberíamos vivir.

La autoridad ha claudicado en muchos sentidos al permitir que se generalicen y se tornen consuetudinarios los irrespetos a los mandatos de las normas que deben hacer cumplir, y esto se ve todos los días cuando las coimas, los peajes o los “picoteos” sirven para comprar silencios, indulgencias o complicidades de quienes violan las leyes.

Cuando la custodia de la frontera que es, en los hechos, la custodia de nuestra soberanía, puede diluirse fácilmente pagando peajes a soldados y comandantes para el tráfico de inmigrantes indocumentados o contrabandos de todo tipo, es una clara señal de quiebre de la institucionalidad.

Cuando la autoridad se hace de la vista gorda para permitir el libre accionar de los traficantes de drogas, jefes de poderosos carteles con influencia internacional, y es incapaz de apresarlos, juzgarlos y despojarlos de sus bienes mal habidos, la institucionalidad también es abatida.

Del mismo modo, cuanto más alta e influyente sea la autoridad que se deja corromper o que se vuelve cómplice de los delincuentes, más frágil se torna el sistema de gobernanza del país.

Asombrados, hemos contemplado la magnitud de las redes del crimen organizado y la poca efectividad que exhibe la autoridad para frenar la corrupción y los desmanes de los delincuentes.

Sin darnos cuenta, hemos ido permitiendo que la institucionalidad deje de ser una fuerte e inconmovible base de sustentación legal y moral del Estado dominicano, para convertirse en una pila de escombros surgidos de la corrupción rampante que ha permeado todos los ámbitos de la vida nacional, acicateadas, más que nada, por el crimen organizado.

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